2015/05/15

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El siguiente relato es una #leyendaUrbana que circula por internet desde hace tiempo llamada El experimento ruso del sueño. NOTA: esto no es la historia completa. Sólo es un fragmento. Si queréis saber como sigue preguntadle a Google.

"El experimento ruso del sueño".

En los años cuarenta, un grupo de investigadores rusos mantuvo a cinco personas despiertas durante quince días gracias a un gas estimulante en fase experimental. Durante la prueba, los sujetos permanecieron encerrados en un recinto sellado de hormigón de veinte metros cuadrados para que los científicos pudiesen monitorear cuidadosamente el consumo de oxígeno y el suministro de gas estimulante. Se usaron micrófonos para oír el interior y cristales blindados de gran grosor para observar con seguridad desde afuera. En el habitáculo se dispuso una estantería con libros, agua corriente, un baño y comida para un mes. No se pusieron ni camas ni sillones. Los sujetos de prueba eran prisioneros políticos que habían sido declarados enemigos del estado durante la Segunda Guerra Mundial.

Los primeros cinco días todo fue bien. Se les había prometido ser puestos en libertad si aceptaban colaborar los treinta días que duraba la prueba, por lo que los sujetos aceptaron participar para así poder volver a casa con sus familias. Durante estos primeros días sus conversaciones y actividades fueron monitoreadas. Pronto los científicos observaron como estas "cobayas humanas" comenzaron a contar uno a uno incidentes traumáticos de su pasado. Historias cada vez más oscuras y perturbadoras que preocupó seriamente al equipo que dirigía la prueba.

Al sexto día los cinco hombres empezaron a volverse paranoicos. Exigieron ser liberados y destrozaron el interior del cuarto de arriba a abajo. Dejaron de hablar entre ellos y comenzaron a murmurar de manera alterna en los micrófonos. De alguna modo, todos parecían creer que podrían ganarse la confianza de sus captores si traicionaban a sus camaradas. Se concluyó que era un efecto del gas.

En la mañana del noveno día, uno de ellos comenzó a chillar. Comenzó a corretear sin rumbo por todo el cuarto, gritando sin parar durante casi tres horas hasta que su voz se quebró. Los investigadores intuyeron que se había destrozado las cuerdas vocales, aunque lo que les sorprendió fue la reacción de los otros sujetos. O mejor dicho, su "falta" de reacción. Todos permanecieron ensimismados y ajenos a los gritos, murmurando en los micrófonos palabras ininteligibles hasta que un segundo prisionero comenzó a gritar también. Entonces dos de los prisioneros que no gritaban arrancaron hojas de los libros y las fueron colocando lentamente, hoja por hoja, sobre las ventanas del cuarto, usando sus propias heces para adherirlas al cristal y así impedir que se viera el interior. Cuando acabaron de forrar las ventanas, los gritos y los murmullos captados por los micrófonos cesaron repentinamente.

Durante los siguientes días, ningún sonido se oyó a través del sistema de micrófonos. Los investigadores los comprobaron reiteradamente, llegando a pensar que se habían averiado. Había cinco personas dentro de aquel cuarto y era imposible no oír sonido alguno. Sin embargo, los medidores del consumo de oxigeno indicaban que los cinco seguían vivos. De hecho, el consumo de oxigeno se había disparado. Era el consumo de cinco personas que debían estar haciendo alguna clase de ejercicio extenuante.

En la mañana del catorceavo día, los investigadores estaban preocupados y decidieron romper el protocolo del experimento: utilizaron un intercomunicador para comunicarse con el interior del cuarto, esperando así provocar alguna respuesta en los prisioneros, pues temían que estuviesen heridos o en estado vegetal.

«Al habla el equipo que dirige este experimento. Prisioneros, ¿están todos bien? Vamos a entrar para comprobar el sistema de micrófonos».

No hubo respuesta.

Aquello generó un fuerte debate entre los investigadores y los militares que financiaban el proyecto. Todos se preguntaban que estaba sucediendo allí dentro. Finalmente, se decidió interrumpir el experimento y abrir el cuarto.

El quinceavo día se dispuso un equipo de varios militares armados para entrar en el cuarto. Se extrajo el gas del interior a través de los sistemas de ventilación y se inyectó aire fresco. Pero de inmediato unas voces desde dentro comenzaron a gritar a los micrófonos. Eran tres de los sujetos, que comenzaron a rogar y suplicar que activasen de nuevo el gas.

«Vamos a abrir la puerta» dijeron los investigadores. «Por favor, aléjense de la entrada y túmbense en el suelo. Si obedecen estarán a un paso de su libertad».

Lo que escucharon los investigadores les hizo estremecerse. Uno de los presos se dirigió a ellos, y con voz pausada enunció:

«Ya no queremos ser liberados».

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